OPINION: ¿Quién ordenará la casa?

POR MANUEL VOLQUEZ
Para ECOS DEL SUR
Tal como ocurre todos los años, los sectores del gran comercio aumentaron los precios de los diversos productos de consumo masivo. Es que la ambición de ese sector no tiene límites ni tampoco  quienes los controlen en esa fatídica práctica.

De nada vale que el gobierno y las empresas privadas entreguen la regalía pascual a sus servidores públicos porque esos chelitos se los tragan los chupasangres del comercio.

Lamentablemente, la ignorancia de los consumidores es capitalizada por los supermercados, colmados, tiendas y otros negocios que sacan provecho a las ventas como consecuencia de las debilidades humanas.

Me he encontrado con casos de artículos que exhiben un precio en las góndolas y otro en la caja registradora. Esa situación está sucediendo en algunos supermercados y me imagino que la escena es la misma en otras partes.

A pesar de los esfuerzos de Pro Consumidor en denunciar y sancionar a los especuladores, la ciudadanía sigue sufriendo las consecuencias. 

No valen los sometimientos ni cierres de establecimientos, los agiotistas mantienen su ritmo de explotación de manera abusiva. Los padrinos políticos y el manejo que se da a esos casos en los tribunales se encargan de dañar el trabajo responsable que realiza Pro Consumidor.

¿Es tal difícil corregir esas prácticas? No, es fácil. Para eso están las leyes, pero el problema radica en quién las aplica, entre otros factores políticos.

La cadena de explotación se inicia en el productor o fabricante, pasa por el mayorista o almacenista y luego el detallista. Todos son iguales de irresponsables. Ahora el desorden se registra en el gran comercio, pero a medidas que se acerque el mes de enero el alza de los precios de los productos de consumo básico  continuarán. Y nadie hace nada.

En este escenario de abusos, faltan los tradicionales aumentos en el transporte público, como ha sido la costumbre de todos los años.

Estos  "padres de familias" siempre justifican el alza de los pasajes argumentando que la gasolina está cara y, por ende, los derivados de los combustibles. 

Lo mismo predican los camioneros afiliados a los sindicatos de transporte de cargas.
Todo esto es una cadena que cada día se traduce en una tortura social sin aparente solución, a menos que en el futuro surja alguien con suficientes bolas para ordenar la casa.


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