El país ha reaccionado con preocupación ante la muerte violenta de un joven limpia vidrios por parte de un conductor que se molesto con su actuación.
Hemos oído y leído todos los tipos de análisis al respecto y casi todos coinciden en señalar que la víctima es producto de la descomposición social, la desigualdad y la falta de oportunidades que padece la sociedad dominicana.
Todo eso es verdad y los comentarios y las acciones de las autoridades solo se inician cuando el palo esta dado porque nuestro país tiene la costumbre de ignorar grandes males y dificultades hasta que se produce la desgracia.
Por aberrante que sea una situación cualquiera que las gentes comenta, protesta y advierte que puede ocasionar hechos lamentables, las autoridades solo actúan cuando se presenta el problema por el disgusto social que provoca.
Esa es la práctica de poner candado luego del robo que viene desde mucho tiempo atrás y que parece que tendrá vigencia por los siglos de los siglos.
Sin embargo, los análisis han estado dirigidos en una sola dirección de culpar por su condición de pobre diablo sin bandera al occiso, y se pasa por alto al intolerante con vocación criminal que le quito la vida en plena vía publica.
El conductor criminal es un gran peligro social que dicen tiene otros homicidios, y es casi seguro que pertenezca a organizaciones vinculadas a labores non santas.
Y para colmo huye del país supuestamente hacia Colombia sin pagar por su oprobioso acto que hiere en pleno corazón a la sociedad dominicana, y ahora busca poner a pruebas la ineficiencia de la justicia y del gobierno que a lo mejor no tiene capacidad para extraditarlo, juzgarlo y hacer que pague en la cárcel por lo que hizo.
Ambos, occiso e imputado son dos víctimas de la descomposición social que afecta al país, y que con otra realidad debieron ser entes de bien y paradigmas de la nación de Duarte que aun espera por el completivo de su obra, la liberación nacional.
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