Enrique Martínez, uno de los pocos en ser ordenado sacerdote tras de ser esposo y padre de familia.
El sacerdote Enrique Martínez Domínguez tiene ocho hijos y 18 nietos. Sí: ocho hijos y 18 nietos. Y no es que pertenezca a algún credo que permite que sus pastores o líderes tengan esposa e hijos: es un cura católico, apostólico y romano.
¿Cómo puede un sacerdote ser padre de familia? El caso de este mexicano de 71 años que se ordenó hace cuatro semanas en la Arquidiócesis de Chihuahua es excepcional en la Iglesia católica. No hay un dato oficial en el Vaticano, pero los expertos calculan que no pasan de 10 en todo el mundo. Hasta el 7 de febrero del 2011 fue un hombre felizmente casado. Ese día falleció su esposa, Guillermina Amparán Rey, con quien compartió casi 50 años de su vida, víctima de un cáncer de colon. “Amé a mi esposa con mi alma, y con ella formamos una familia maravillosa. Pero ya no está, y la vida sigue”, dice.
Creció en un hogar creyente, lleno de dificultades pero donde abundaba la fe, en una zona rural del municipio de Camargo, en el estado de Chihuahua, a 150 kilómetros de la ciudad del mismo nombre. Su madre, huérfana, creció en un internado católico. Crió a sus cinco hijos como buenos ciudadanos y cristianos. Desde niño, recuerda Martínez, tuvo que trabajar para ayudar a su familia. Sobrevivían cultivando maíz, trigo y algodón. A los 10 años lo mandaron a vivir a Camargo, donde estudiaba en un colegio católico y se convirtió en acólito. Al graduarse de bachiller le dieron una beca para estudiar contaduría. Y aunque sabía que quería ser sacerdote, tenía que trabajar para ayudar a la familia. Estudió tres años y trabajó otros dos, hasta que lo becaron en el Seminario Conciliar Diocesano de Chihuahua. Allí estuvo cuatro años formándose para ser sacerdote, convencido de su vocación. Sus problemas de salud lo obligaron a retirarse. De niño, recuerda, recibió un golpe en la cabeza que le provocó una sinusitis severa y una infección en el oído. Esos males se le despertaron a los 21 años, en pleno seminario. “Pasé cuatro años soportando fuertes dolores. No pude más y tuve que retirarme”, cuenta.
Para ganarse la vida se empleó como obrero en las minas de hierro de Chihuahua, donde sacó un préstamo para mandarse a operar. La deuda la pagó con un año más de trabajo. Regresó al seminario, pero al poco tiempo tuvo que retirarse. La cirugía le dejó secuelas que describe como un nido de grillos que le chillaban todo el tiempo en los oídos y que no lo dejaban concentrarse en medio de la vida de reflexión, estudio y silencio del seminario.
Volvió a trabajar en las minas y conoció a ‘Guille’, como le decía a su esposa; luego de tres años de noviazgo se casaron. Él tenía 25 años y ella, 21. Vivían y trabajaban en Nuevo Mineral, un desierto donde recién se había fundado un pueblo y donde eran laicos comprometidos con la parroquia. Con la proclamación del Concilio Vaticano II, que sembró una nueva era para la Iglesia católica, llegó la oportunidad para retomar su vocación religiosa. Fue de los primeros diáconos permanentes de la Iglesia católica en México, que son hombres de familia que reciben formación religiosa para apoyar el trabajo de los sacerdotes. Fue ordenado en esa dignidad en 1981.
En 2011, meses después de la muerte de su esposa, acudió a su obispo para hacerle una propuesta. “Le dije: ahora dispongo de más tiempo, quiero seguir siendo diácono, pero con más disponibilidad: mándeme a donde usted guste”. Pero a varios amigos sacerdotes se les ocurrió que podría ser ordenado presbítero. La Arquidiócesis de Chihuahua le hizo la propuesta al Vaticano, teniendo en cuenta que existen excepciones para personas con un testimonio como el suyo.
“Después de 18 meses esperando la respuesta de Roma, pensé que tanto papeleo sería un archivo muerto. Pero la buena noticia llegó y fue una explosión de alegría para mí y mi familia”, narra.
La ordenación fue el pasado 15 de agosto, en la ciudad de Chihuahua, donde lo rodearon sus ocho hijos, sus nueras y yernos, y todos sus nietos. “He querido ser obediente a Dios, no elegir una ruta personal sino esperar su directriz”, expresa el padre Enrique, quien vive con una hija mientras le asignan una parroquia o una misión.
Defensor del celibato
El padre Martínez considera que la Iglesia no está preparada para levantar el celibato a sus sacerdotes, y lo defiende. “Estoy convencido de su necesidad para que los sacerdotes puedan vivir su ministerio con mayor claridad pastoral y compromiso”, dice. Tampoco cree que los sacerdotes que se retiraron para conformar sus familias puedan volver al clero, como lo ha intentado un grupo en esa situación. “El mismo papa Francisco ha dicho que no se presentará esa situación del sacerdocio en hombres casados”. Cree que en la nueva era de la Iglesia, promovida por el papa argentino, el laicado tendrá una fuerza renovadora. “La fuerza de la Iglesia está en los fieles, en esas personas que, sin una investidura religiosa, viven a Cristo en su corazón y de verdad”.
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