EL JILGUERO: Un relato de la Era de Trujillo que lacera el alma.

POR SANTOS SALVADOR CUEVAS 
Para ECOS DEL SUR

Ayer pude saludar otra vez,  vía las Redes Sociales, a la Licda. Trinidad Díaz, quien reside en Nueva York y que anda vacacionando por México, la patria de Benito Juárez y tierra del mariachi, de repente me vino al recuerdo aquella vez en que,  por razones políticas y de negocio, me trasladé al Santiago de los 30 Caballeros. En la residencia donde estaba, pude coincidir con la llegada desde Nueva York del propietario de la casa, don Ramón Emilio Díaz (Milo), un gran caballero, ex  soldado de la Era del Jefe, que, según me dijo, sus años de vida rondan ya los 85, caso confirmado por su cabeza plateada por las canas.

Don Milo, es todo un caballero: Afable, humano, muy cordial, de exquisitas atenciones, que te atrapa desde un primer momento y con sus relatos te traslada por los caminos de la historia, como el buen padre que marcha con su hijo tomado de la mano. Muy conversador y dinámico don Milo Díaz.

Me contó que ingresó al Ejército cuando apenas tenía 17 años, todo un mozalbete que vio el fin de su adolescencia en las filas del Jefe.

El Soldado Milo un día se enamoró como nadie de una joven muy hermosa, a la que denominaban Bartola Hernández, con quien se casó, llegando a procrear 3! hijos, todas sus ilusiones estaban cifradas en su matrimonio y los hijos creados con Bartola Hernández, pero al final no fue así,  y la vida le tenía guardada una mala jugada, las circunstancias políticas en que se vivía en la Era del Jefe, terminaron con aquellas ilusiones, tirando por tierra los sueños, la alegría de Milo y sus hijos, y dando fin a su matrimonio, por orden determinante del Jefe.

Nos cuenta Milo que esa desgracia se le vino encima como consecuencias de un hecho fortuito, de esas casualidades que nos guarda la vida, pues estando compartiendo en una fiesta entre soldados del mismo cuartel, a un compañero de la fiesta y de armas, víctima de la alegría y pasado ya de tragos, se le ocurrió (ingenuamente tal vez) mostrar un radio, de esos que usan los aficionados para intercomunicarse a distancia, y con el radio en manos, se le ocurrió decir:

- "Ustedes ven ese radito, así pequeño, jejeje pues con ese me comunico yo con los cubanos a cada rato"- así dijo el soldado a sus compañeros.

Lo que no se imaginaba ese guardia es que con esa hazaña generada por su lengua, había firmado su sentencia de muerte y metido a varias personas y familias enteras en tremendo lío, incluyendo al soldado Milo Díaz.

La noticia llegó hasta el Alto Mando de Trujillo y la reacción no se hizo esperar, el mismo Mayor Granpoder Medina, que compartía con ellos, oriundo de Las Damas de Duvergé, no sólo llevó la información hasta oídos del Jefe, sino que, en calidad de detenido se llevó consigo al guardia de la hazaña y el radio, del que jamás se supo noticia.

Ese soldado era de apellido Hernández, y todo los portadores de ese apellido en la comarca, primos o no, fueron acosados los civiles y los de uniformes apresados y expulsados des! honrosame! nte de las filas del Ejército.

Don Ramón Emilio (Milo), lleva como apellidos Díaz Díaz, por lo que se podría decir que las manos y látigos del Jefe no les afectarían, ni le alcanzarían, pero no fue así, dado que la esposa de Milo se llamaba Bartola Hernández y, por tanto, era prima cercana del soldado deslenguado, entonces, la represión de la dictadura se apersonó donde Milo Díaz, quien fue citado a Palacio por Trujillo en calidad de "preso sospechoso".

El mismo Mayor Granpoder Medina, quien andaba detrás de un ascenso, fue el que se encargó de delatar a Milo Díaz, como esposo de una prima del soldado en desgracia, y este mismo delator, Granpoder Medina, se llevaba detenido a Milo Díaz hasta el Alto Mando del Ejército en Ciudad Trujillo, capital de la República Dominicana.

En persona Ranfis Trujillo, hijo primogénito del Jefe, Comandante de las Fuerzas Armadas de Aire, Mar y Tierra, interrogó al soldado Ramón Emilio Díaz, preguntándole:
- ¿Usted es de los Hernández que conspiran contra el jefe?

Milo, hombre sabio, que ese día nació de nuevo, se limitó a decir, que es de apellidos Díaz Díaz y que por circunstancias de la vida está casado con Bartola Hernández.
 
El General Ranfis, volvió a la carga:

- Soldado, y qué piensa hacer, con cuál se queda: Con la esposa o el Ejercito?
- Me quedo con el Ejército, mi general dijo el soldado Milo Díaz al hombre de mayor poder en el país después del Jefe, a Ranfis Trujillo.

Ese día Milo nació de nuevo.  Le salvó la suerte, la inteligencia o una chepa de la vida, pues, si en vez del Ejército, le decía al general Ranfis Trujillo que se! quedaba ! con su mujer, de seguro que hoy ya su nombre ni se recordara, lo hubiesen pasado por las armas sin inmutarse siquiera.

En el acto Ranfis puso al solado Milo a firmar el divorcio que lo separaba para siempre de la mujer que amaba, con quien había procreado 3 hijos. Al salir por la puerta del despacho del general, ya Milo no tenía esposa, Ranfis lo divorció, y fue enviado con el Mayor Granpoder Medina, montado en avioneta de retorno a Pedernales, de donde habían viajado hacia la capital y en donde residía junto a Bartola Hernández y su familia.

Al llegar a la ciudad de Pedernales, Milo no pudo aproximarse a su casa, que no sea para comunicarle a Bartola Hernández que su matrimonio había llegado al final por "órdenes precisas del Jefe".

Así por la fuerza llegó al final el matrimonio de dos seres que juraron amarse hasta la muerte.
En Santiago, sentado sobre una mecedora, fui testigo, no sólo del relato desgarrador de don Milo Díaz, sino del río de lágrimas que surcaban sus mejillas ya maltratadas por las arrugas que van dejando los años al pasar, parecía como si la historia contada le hubiese pasado el día anterior, aún las huellas de Trujillo le calcinaban el alma.

Don Milo me destrozó el corazón y sin poderlo evitar me sorprendió un hilo de moco y lágrimas en mi rostro, sentí deseos de ponerme de pies y dar a don Milo el ! abrazo so! lidario, expresar mi rabia contra las huellas lacerantes dejada ´por aquella dictadura infernal; pero, me hice el tonto, no me moví para evitar ahondar las heridas de don Milo, me limité a observar, y al lado, en mi parte izquierda, contemplé la mirada sorprendida de la hija de don Milo, la Licenciada Trinidad Díaz, quien lucía atormentada e impactada por lo que había escuchado, y quien más tarde me dijo: "Jamás vi llorar a mi padre".

Estos son relatos de la Era de Trujillo, que laceran el alma!!
santoscuevasj@hotmail.com


Fuente original: EL JILGUERO: Un relato de la Era de Trujillo que lacera el alma..

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